miércoles, 13 de enero de 2016

EL LÍMITE DE LA PARRICIDA DE SANTOMERA



El matrimonio durante el entierro de sus hijos


Hace ahora 14 años, en enero de 2002, Francisca González Navarro enterraba a dos de sus tres hijos. El municipio de Santomera, en Murcia, había salido a la calle aclamando justicia, era lo único que podían hacer por aquella joven madre a la que despiadadamente habían arrebatado a sus hijos más pequeños. Posiblemente a muchos de nosotros se nos venga al recuerdo la imagen de aquella mujer con 20 años de más echados encima: luto total, gafas de sol, aparentemente abatida, cabeza a la altura de los hombros y la pena instalada en su rostro. Entre su vestimenta íntegramente oscura destacaba la venda que llevaba en una de sus manos.

Era la mañana del 19 de enero cuando alguien asaltó en la casa rompiendo un cristal de una de las ventanas de la vivienda. Francisca describe a un hombre latino como el autor de los crímenes. Ese individuo la atacó de tal manera que cuando despertó de su estado de inconsciencia pudo observar sus arañazos en la cara y acto seguido se encontró a los dos niños sin vida, llegando incluso a intentar reanimar a uno de ellos. Fue entonces cuando dio la voz de alarma a su hijo mayor que se encontraba durmiendo en su habitación, ajeno a lo que había ocurrido. Al cristal roto había que sumarle el revuelo que se había generado en toda la casa y la falta de varias joyas.

De ser cierta la versión de Francisca, la investigación hubiese girado en torno a la búsqueda de un varón como el que había descrito, pero las autopsias de los menores la delataron. Bajo las uñas de uno de sus hijos se encontraba piel de su propia madre, una madre que acababa de ser evidenciada por su ADN y, en consecuencia, como última pieza del puzle, los arañazos en su cara y manos.


ESCENA DEL CRIMEN

Cuatro son las características principales del escenario de este doble asesinato:
  • -          Cristal roto desde fuera de la ventana
  • -          Habitaciones revueltas
  • -          Falta de joyas
  • -          Dos cuerpos sin vida

Tras leer estas características nos podríamos imaginar una escena del crimen desorganizada ante el caos de su interior y por la manera de acceder al interior de la vivienda, pero todo ello era fruto de la planificación de Francisca. Todo para recrear una escena a su antojo y reproducir lo que sería un allanamiento de morada, robo con intimidación y resultado de muerte.


MODUS OPERANDI

Francisca se apoya en la intimidad de su casa para proteger su identidad, y en la facilidad de inventarse una historia para eludir su doble responsabilidad. Pero no utiliza ningún medio preventivo que le hubiera evitado el que sus hijos, al intentar defenderse de su propia madre, la hubieran arañado dejando evidencias físicas bajo sus uñas, así como las que notoriamente se podían observar en su rostro.

Su objetivo era acabar con la vida de sus niños pequeños. Era sencillo, de madrugada los menores estaban dormidos. Por su pequeña envergadura y su estado de sueño, se armaría de un cable de cargador para móviles para asfixiar a los niños. Su posición era de superioridad, por tanto, su éxito estaba asegurado.

En su modo de actuar no hacía falta favorecer la huida, su escapada era la mentira. De ahí intentaría zafarse.

La actuación de Francisca se acompañó de varios factores desestabilizadores que ayudaron a que su manera de operar fracasara, siendo finalmente descubierta en su treta por los investigadores. El factor principal fue su estado de ánimo. Estaba en plena excitación, lo que iba a hacer estaba movido por la ira y un despecho profundo que sentía hacia su marido al que imaginaba siéndole infiel con otras mujeres. Como segundo factor estaría el consumo de sustancias. Aseguró haber bebido whisky y consumido cocaína para tener el suficiente valor como para cometer los asesinatos. Y, por último, su claro deterioro psicológico. Unos celos patológicos que le llevaban al delirio.


FRANCISCA GONZÁLEZ NAVARRO

Francisca González Navarro
A raíz del conocimiento de su autoría en la muerte de los pequeños, a Paquita, como la solían llamar cariñosamente en la localidad, le empezaron a llover motes como el de “la bruja de Santomera”, todo ello movido por la incomprensión de que una madre pueda llegar a acabar con la vida de sus propios hijos con tanta frialdad. A la sociedad se le hace ininteligible unos hechos tan desoladores, incluso existiendo una explicación psicológica.


El marido de Francisca era camionero de profesión y se ausentaba durante días, quedando ella al cuidado de sus tres hijos y de la casa familiar. Pero no era eso lo que le angustiaba. En su imaginación se reproducían imágenes de su marido siéndole infiel, sentía un miedo irracional de perder a su compañero, experimentaba un sentimiento de abandono que muchas veces suplía gastando mucho dinero en ropa y calzado. En alguna ocasión, según refirió su esposo, había sido amenazado por Paquita con frases tan típicas como: “te voy a dar donde más te duele”.

Una vez ya en prisión, (el veredicto del jurado popular fue 20 años de prisión por cada hijo en los que se le acusaba de doble asesinato con el agravante de parentesco), fueron muchos los medios de comunicación que querían una entrevista con la parricida. A algunos medios no les hizo falta alguna de solicitar audiencia ya que la misma Francisca se vio con la necesidad de acudir a un par de ellos. Necesitaba callar la boca a la sociedad, “me duele que me llamen loca” expresó a los periodistas.

Medea
Posiblemente a muchos de vosotros, y leyendo esta terrible historia, os venga a la mente el conocido “Síndrome de Medea”. Un síndrome que se puede presentar tanto en hombres y mujeres y que se refiere a una venganza contra la pareja. Para Francisca sus hijos acabaron por no tener ningún valor
vital, por lo que necesitó deshacerse de ellos para así escarmentar a su marido. Un marido que, ante la gran pérdida de sus hijos, estaría con ella apoyándola y por fin lo tendría para ella sola, o al menos esa era la idea que rumiaba en su cabeza.

Junto a este síndrome de Medea que tan anillo al dedo le viene a esta mujer, y centrándonos más en la psicopatología, podríamos estar ante un trastorno límite de la personalidad.

Francisca posee un nivel de inteligencia y capacidad de razonamiento totalmente normales, es decir, en todo momento sabía lo que estaba haciendo. Como antes mencionaba, para ella sus hijos habían perdido valor alguno y se habían posicionado como blanco para proveer de dolor a su marido.

Las características de trastorno límite que Francisca posee son:

  • -          Ansiedad por su irracional idea de infidelidad de su marido.
  • -          Ira debido a esa ansiedad que le llevaba a querer dar su merecido a su esposo. No lo puede controlar.
  • -          Miedo irracional a ser abandonada, sería un fracaso irreparable en su vida.
  • -          Impulsividad: probablemente dio muerte a sus hijos en un acto de exaltación y toda la parafernalia de dibujar una escena del crimen dirigida a un robo fue posterior a los crímenes. Algo que sería evidente puesto que la misma autora declaró que el hombre había irrumpido en la vivienda a las 7 de la mañana y por contra, las autopsias databan la muerte de los pequeños hacia las 2.30 de la madrugada.
  • -          Abuso de drogas: era consumidora habitual de alcohol y cocaína, lo cual impulsaba a un gran deterioro cognitivo.
  • -          Pensamientos extremadamente polarizados: su matrimonio era una relación de amor-odio. Su marido le aborrecía, pero sin embargo no podía soportar imaginarlo con otras mujeres y se derrumbaba ante la idea de que la abandonara por otra.






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